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#YoTambién… #MeToo
Entre
tantas noticias sobre feminicidios, acoso y/o abuso sexual, violencia de género,
y la lista sin fin que los medios recalcan, es casi imposible el no detenerme a
cuestionarme, qué yo haría si algo tan enfermizo le pasara a uno de mis hijos?
En especial, Amber Sophia, ya que según los estudios indican, cerca de 1 de
cada 5 (18.3%) mujeres y 1 de cada 71 hombres (1.4%) son víctimas de violación
en algún momento de sus vidas (The Testimony Project).
Pero, según las tradicionales opiniones que circulan por nuestra querida isla,
República Dominicana, ¿a quién realmente le ‘echamos’ la culpa?
He aquí tres
de los tantos casos, de esos muchos que he pasado por alto, y de unos pocos que
aún no he podido suprimir. Yo solía usar frenillos -me los colocó una muy buena
ortodontista quien viajaba cada miércoles (o jueves) desde la ciudad vecina
hacia Puerto Plata. Para la cita de limpieza clínica de los mismos ella, estratégicamente,
recomendaba a sus pacientes que se atendieran con el dentista que compartía el
local (cuyo quedaba a solo unos pasos desde mi hogar). Varias citas venían e
iban; todo en orden… hasta ese día que este “dentista,” en medio de limpiar el
agua que su máquina dejaba en mi boca, acercó su rostro junto al mío y me dio
un beso en los labios. Ahora, imaginen el tan incomodo momento de mis labios
sedados y yo, entre el medio de rabia e impotencia, solo se me ocurrió decirle,
“¿usted está loco?” …no volví más (ahora necesito colocarme frenillos
nuevamente).
Como segundo
ejemplo, cuando estaba empezando el bachillerato, acorde el juntarme con una
amiga en la biblioteca de la misma para hacer tareas. Cuando terminamos, la acompañé
hasta dos esquinas hacia ‘arriba’ para que ella tomara el autobús público de
regreso a su destino. Una vez ella abordo el vehículo yo, a punto de voltearme
para iniciar mi caminata hacia el mío, cuatro jóvenes con uniforme de escuela pública
y visualmente/físicamente mayores que yo me empezaron a agarrar mis nalgas -mientras
me decían lo “rica” y “buena” que estaba… Empujé a uno de ellos; salí corriendo
a casa… avergonzada por el qué dirán mis padres si les dijera que solo pude
defenderme de uno solo.
Tres… ¿Qué
edad tenía en la siguiente situación? Unos once… De camino a uno de los tantos
indeseados mandados para el mercado local (cerca de donde vivo), un ‘hombre,’
manejando un carro maltratado y blanco, me seguía desde la esquina de la
Cardenal Sancha (ya que con frecuencia evadía pasar por la ‘esquina de Martha’ [Calle
El Morro] en donde los acosos estaban a flor de piel). Me percaté de la lenta
velocidad que este hombre iba al notar que no era diferente a la mía, mientras
llevaba una mirada perdida, emitía gemidos y, simultáneamente, intercambiaba sus
manos… con una manejaba el auto; con la otra, su erección. No miré lo que él quería
enseñarme, cuando insistía que me acercara a su carro para enseñarme ‘una cosa
que te va a gustar.’ Detuvo su vehículo, yo asustada buscando con la mirada los
lugares que podía correr, me preguntó ¿Cuál es tu nombre?
“María.”
“Que buena estas, María…”
Se levanta de su asiento, sin salir del vehículo, justo para mostrarme
su miembro lleno de una sustancia blanca que yo desconocía.
Terminé mi mandado. Me fui a casa… avergonzada… con miedo… y muchas
preguntas que asumía que no iban a ser respondidas y que nunca sabré si así lo
seria.
Más de un
millón de niñas y adolescentes son víctimas de violencia sexual en América Latina,
y 25% de las niñas de entre 13 y 15 años reporta haber considerado seriamente
suicidarse (El
Comercio). En nuestra isla, el acoso sexual, la violencia de género, y al
abuso sexual son comúnmente visto como algo que es ‘parte de nuestra cultura,’ así
como recientemente lo dijo el procurador general de la República, Jean
Rodríguez, quien también destacó el famoso refrán y la mala práctica de que, “en
pleito de marido y mujer nadie se debe meter”(CDN).
“Pero es
que ya no se puede decir un piropo…” o, “Solo te re-victimizas, debiste
defenderte…” son solo dos de “Las 5 idioteces que debe oír una mujer acosada” (Metro
RD).
#NiUnaMas,
#NiUnaMenos
No nos
podemos quedar calladas.
Nunca, pero
nunca es demasiado tarde; hasta que lo es.
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