Besos a domicilio

 

Justo en la puerta de mi casa, estaba parado a la espera de nuestro silencio. A pesar de las tonterías infantíles de las que vanamente recuerdo que hablamos, selló el atardecer con un repentino y delicado beso. Estuve esperando la música que decían que debía escuchar, así como en las novelas que no me permitían ver; pero nunca sucedió. Cerré mis ojos y dejé su lengua acariciar la mía. Decenas de preguntas llegaban a mi cabeza, cada una por cada segundo que este momento perduró. Acaso eso era todo? Tanto show por ésto?

Era la época de Los 102 Dálmatas, en ese mismo año dejé de jugar con mis Barbies, ya demacradas, desvaluadas y gastadas. Había encontrado el perfecto Ken; mejor dicho, de algún modo, él me había encontrado. Alto, delgado, de ojos y piel clara. De descendencia Española y amante del jugo de limón que prepara mi madre en ese entonces. Todos notaban como mis mejillas se ruborizaban tan solo mencionar o escuchar su nombre, al menos esa impresión me daba su madre cuando visitaban el restaurante de mis padres.

Los besos a domicilio no tuvieron garantía para un largo plazo. Sin embargo, no me quejé, ni él me reclamó el por qué nos fuimos abandonandos. Cada quien por su lado. La maduréz de nuestro entendimiento, fue como la de dos adultos que en un par de años seríamos. No supe de él por mucho tiempo e incluso, hasta el sol de hoy no lo he vuelto a ver. Desde ese primer beso de poco impacto hasta el último que me han dado, he llegado a la conclusión de que no existe uno que me llene más que un apasionado abrazo.

 

 

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